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La vida implica movimiento, y como bien señala el dicho, «el movimiento se demuestra andando», y sino que se lo pregunten a Jorge Rivera, encargado de regentar el local.
Originario de Ourense, Rivera decidió echarse a la carretera allá por el año 82 para recalar en Valladolid y «buscarse la vida», tal y como relata. En ningún momento se imaginó que su sustento se encontraba cerca de los fogones, puesto que él se dedicaba a la construcción, pero gracias a trabajar en la rehabilitación del castillo de Valoria, la posibilidad de regentar un restaurante se hizo realidad.
Rivera se asentó en Parquesol, concretamente en la calle de Hernando de Acuña, cercano al parque que hay detrás. Su llegada no fue en solitario, puesto que su hermano, Camilo Rivera, es el que se encuentra en la cocina, dotando de pasión a cada plato que atraviesa las puertas dirección al comedor.
El menú casero, cuesta quince euros y cuenta con cinco primeros y cinco segundos, además de postre. El fin de semana aumentan tanto la cantidad como la calidad del menú, y por 25 euros se puede disfrutar de unos platos contundentes, con posibilidad de asar lechazo o degustar solomillo por un suplemento de seis euros.
De primero, lentejas estofadas, recomendación de Fernando, el encargado de sala, asegurando que Camilo «era un fenómeno». Así, se presentaron con un plato de lentejas con verduras y chorizo al ajoarriero, y tras servir un buen plato, incluso nos ofrecieron dejar el perol, por si queríamos repetir.
El sabor era perfecto, con un toque de pimentón justo para darle brío al plato y con el punto de cocción ajustado al milisegundo, logrando un sabor espectacular sin grandes florituras.
Entre plato y plato, Jorge Rivera se acerca a charlar sobre el local, y señala orgulloso las dos placas colgadas en la pared que condecoran su pulpo como el mejor de Valladolid en 2022 y el segundo mejor en 2023. Ante tal halago culinario su conclusión fue: «¿de algo valdrá ser de Galicia no?».
Tras un primero que colocaba el baremo en un lugar elevado, de segundo le tocó el turno al rodaballo, asado al horno con verduras y patatas panaderas, servido en una bandeja. El punto del pescado era exquisito, cocinado en sus propios jugos más los correspondientes a los acompañamientos, dotando al plato de un sabor agradable y suave.
Al felicitarle por el sabor del plato, Jorge, que no peca de falsa modestia, presumió de proveedor, asegurando que, «aunque fuera un poco más caro, la calidad la aseguraba». Lo mismo hizo con su hermano, al que tildó de «figura», y aseverando que era capaz de gestionar los tres comedores con los que cuenta el local con una soltura admirable.
Para el postre escogimos un flan de café, un plato vetado para los detractores de los sabores un tanto amargos pero indispensable para los cafeteros, haciendo de un flan casero una auténtica delicia.
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