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Hay jueves que amanecen nublados, fríos o gallegos; es decir, que ni sí ni no. En Valladolid es raro que se cuelguen enseñas a las ... ventanas. Como mucho, se saca la alfombrilla del dormitorio cuando se sacude, pero, si nos fijamos, estos días hay balcones decorados de azul junto a otros con divisas blanquinegras. Josemi no ha tenido tiempo de hacerlo porque se ha levantado dando un salto mortal y, en vez de huevos, se ha ceñido a las dos tostas integrales a las que su querida nutricionista le limita la ingesta de carbohidratos. También ha obviado, al salir del portal, los dos chavales con camiseta chamiza que se han cruzado en su camino y a los que, es posible, les hayan dejado ir de esa guisa a clase por tratarse de una semana especial. En cambio, se ha percatado de que alguien de su barrio ha tirado, junto al contenedor, dos cintas de vídeo: en una pone «Visita de Juan Pablo II» y en la otra «Boda de la infanta Elena». Recordar ambos eventos, sin entrar en lo bizarro del hallazgo, le lleva a una infancia encajada en la bruma de los años; una niñez bordada en jugar al fútbol en la calle vistiendo camisetas de Arconada o Míchel cuando la selección siempre se volvía a casa en cuartos de final; una adolescencia de empezar a agarrar el balón con las manos en vez de usar unos pies para los que Dios no le dio talento. Al mismo tiempo, le hace ver que se le escurre la vida entre los dedos, que antes de ayer se compró los discos de INXS y Rick Astley en Galerías y el finde pasado su hija le dijo que lo último de Aitana es putofuerte, aunque él lo escucha con interés y no ve más que una canción de amor bastante coqueta.
Josemi quiere llevar a la niña -dieciocho cumple en junio, la condenada- el sábado al rugby. Llevan un curso de desencuentros y, piensa, no hay nada que una más que un bocata de panceta y una tarde de previo musical, deporte y tercer tiempo. Para conseguirlo hay que subsanar varios problemas: el primero es complicado, porque Carmela, la muchacha, mantiene que su padre no la entiende y está fuerísima, que es un concepto de ahora para constatar que el largo de tus pantalones sigue siendo el mismo desde hace una década. Se lo suele soltar, además, cuando van en el coche y suena 'La carretera', de Julio Iglesias. Él canta eso de «Llueve y está mojada la carretera. No sé si está con otro, si yo supiera…», y ella se desespera intentando quitar el bluetooth y poner cualquier birria de Los 40. Lo que la niña no sabe es que a Josemi le importa un pito el hijo de Papuchi, pero que su ex y él cantaban esa canción a voz en grito cuando cerraba El Desván. Y de aquellos barros llegó Carmela a este mundo.
La segunda dificultad tiene que ver con cambiar un sábado de jarana con sus amigas por seis horas de charleta y gritos con los amigotes de su viejo progenitor. Esta tiene menos intríngulis, porque dos de sus compañeras de aula son hijas de otros camaradas de cachi y colores, y entre ellas se entenderán. El tercero es el fundamental: Josemi se crio en El Salvador y creció en La Central. En cambio, Carmela vivió las mañanas en Pepe Rojo al lado de su madre, quesera de cuna y casi nacionalizada escocesa por sentimiento. Se entiende, con estos antecedentes, que todos vieran que ese matrimonio tenía poco futuro pese a los arrumacos. Pero, chico, dio fruto, así que las opciones son mala y peor: tener a la chica a punto de reventar cada vez que los de al lado chillen aquello de 'Salve, salve colegio bendito, ángel bueno de mi juventud', o agachar él la cabeza y soportar toda la tarde el soniquete de que el queso va en bocadillo o tacos finos.
Josemi ha lanzado la propuesta a su hija con un mensaje que empieza por «cariño», acaba por «me cuentas» e incluye un soborno precioso en forma de helado de Iborra esperando en casa. Mientras aguarda la respuesta, paladea lo de estar desfasado. Puede que algo haya, como cuando la niña le pide la propina para comerse una hamburguesa con las amigas y dice que con menos de veinte euros no lo hace. Él recuerda que, con la misma edad, terminaba a reventar en Tirol's por seiscientas calas y entiende que deben ir por ahí los tiros de la obsolescencia. Carmela contesta con rapidez y acuerdan negociar el asunto compartiendo un pincho de tortilla en el Castizo de la calle Arribas, que es terreno neutral. Allí firman un contrato vinculante en una servilleta algo manchada de grasa: ella va medio sábado con su padre y sus amigos viendo el partido en el sector rival, pero se niega a quitarse la camiseta del VRAC. A cambio, en cuanto acabe la final, papá la tiene que bajar a Coocon, que ha quedado con la panda, y la recoge una hora más tarde de la acostumbrada. Ambos se dan un beso para sellar el pacto y, como le quedan veinte días para hacer la Selectividad o como demonios se llame ahora, Josemi le dice que si saca nota suficiente para Enfermería le regala dos entradas para ver a Leiva, que es lo único decente que escucha la pobre.
Aún siendo jueves y mientras lleva a su hija a casa de su madre, comienza a disfrutar de lo que ocurrirá el sábado y suspira por lo rápido que pasa todo. Tanto es así que acabamos de dar la bienvenida al tercer papa tras Wojtyla y la propia infanta hace años que habrá tirado a la basura el VHS de su boda junto al anillo de casada. Cuando despide a la que era su pequeña, un muchacho con mochila del Quesos atada a unos hombros que parecen las Rocosas la llama y se queda con ella en el portal. Cruza con el chico una mirada y entiende que el derbi ha empezado hace tiempo. Y va perdiendo
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