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V. M. n.
Jamás hablamos de pintura, más allá de la técnica, hasta hace dos meses», dice Julián Cruz (1989), comisario de la exposición de ... Luis Cruz Hernández. «Mi padre tiene elocuencia gráfica, pero no verbal. A mí lo de hablar mucho me viene de madre».
Luis ha ido ahorrando palabras. Primero «robaba títulos a los poetas», reconoce, para nombrar sus cuadros. Después decidió que hacían faltan esas grafías tan regladas. Algunos obras las Julián ha visto toda su vida, las que están colgadas en casa. El milagro de San Cosme ySan Damián que Luis sublima en una síntesis de color fue parte de su paisaje aunque la historia de los cirujanos no la conociera hasta la Universidad. Ver, mirar libremente. Ese es su método, ser comisario sin condicionar. Ambos sonríen cuando se menciona ese trabajo, la curatoria. «Ha sido una grata experiencia, pero no es mi vocación aunque siempre teniendo en cuenta que todo artista puede ser comisario pero no al revés», asegura el joven Cruz.
«Es absurdo intentar explicar a mi padre, hacer un discurso que lo dote de sentido. Ya está ahí la obra», cuenta. No ha seguido un orden cronológico, no se ha guiado por otras exposiciones en las que también él escribió, como la que inauguró la galería de Javier Silva en 2012, 'Ojo azul vencido por el ojo ardiente'. Entonces Julián, 23 años, culminaba su artículo de presentación así: «Por fin, entre tanto ruido mundano y concursos de peroratas, algo tan vulnerable como un cuadro se atreve a decir: Aquí estoy en mi mudez. No quiero vuestras explicaciones». Invocaba la voz de Luis, la de su obra.
El catálogo de 'A la vida ávida' recogerá la conversación entre padre e hijo para preparar esta retrospectiva. Luis es refractario a los doctores del arte; «Los que tienden a explicar su obra muchas veces acaban haciendo un prospecto de la misma. Aveces ese esfuerzo es más intenso que el de su materialización». Julián Cruz, también artista y profesor, considera que «la obra no siempre habla por sí misma. Las ideas no se resisten pero la materia a veces sí. Por otra parte doblegar la materia al discurso, un razonamiento inductivo, o sea, empezar la casa por el tejado. No hay que dejar que el razonamiento eclipse la obra material».
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