
Secciones
Servicios
Destacamos
Su infancia son recuerdos de un patio en la calle 2 de mayo. Aquellos arbustos e insectos aparecen en su pintura seis décadas después. También ... son recuerdos del mar de Vigo, de los libros de esmaltes orientales de sus tíos joyeros. Esa impronta nipona asoma en sus lienzos, así como veleros recortados por su movimiento, por su verticalidad. Luis Cruz (Valladolid, 1950), decano de la pintura de su ciudad reconocida fuera, frecuenta esa estancia. Cuando mira la obra de toda una vida, la que se expone en el Patio Herreriano hasta el 19 de octubre, se reconoce un Peter Pan.
Juguetes, acróbatas, jardines, renos navideños, tersas y coloridas verduras, carpas japonesas, caminos de ladrillos amarillos, aparecen en su obra como señales de ese magma primigenio. Pero medio siglo al cabo del acrílico, del pincel, del papel, da para incorporar todo lo absorbido por los ojos curiosos de Cruz Hernández.
Fue abstracto e informalista, lapidó a los maestros para luego referirlos en su obra. Durero, Rembrant, Piranesi, ahí están, junto a Hannah Höch, Joseph Beuys, Grayson Perry. Estudió en Madrid, vivió la Movida madrileña y la trasladó en tonos ácidos a su caballete. Seleccionado para la XIV Bienal de Sao Paulo, representó a España junto a Fernando Bermejo, entre otros, a quien dedica esta exposición in memoriam. Aquel fue el trampolín para tener galeristas que quisieran exponer su obra. Luego fue profesor matinal en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad y sabueso del color y la forma el resto del día.
Coleccionista de juguetes antiguos, juega con lápices, pinceles y tijeras. Pintar es para él digerir el mundo a través de su representación gráfica. Las salas 6 y 7 del Herreriano dan cuenta de esos referentes, desde el primer cuadro que envió a Brasil hasta los collages de la semana pasada. Por ejemplo, hay una serie de pinturas negras con hombres encapuchados, en una barca que bien puede ser la de Caronte. Las capuchas llegaron por las imágenes de la cárcel de Abu Ghraib (2003). No hay reivindicación política, de nuevo 'sin título', no explicita ningún símbolo de la guerra de Irak. En su silencio caben todas, incluso la de cada uno consigo mismo.
«Si la obra sale fácil, corto. Necesito que me sorprenda. No hago bocetos ni apuntes. El dilema siempre es el mismo, una superficie a cubrir», explica. De la abstracción al formalismo, de la intervención minimal a la saturación barroca, el Luis Cruz de hoy necesita «llenarlo todo, siempre tiendo a poner más cosas». La composición es una palabra que repite, el collage una técnica que sublimó.
Mundo collage
«El collage le absorbe», apunta el comisario, Julián Cruz. «Integrar, sellar cosas distintas es su metodología. Más allá de lo formal es algo conceptual para él, unir distintos códigos, integrar lenguajes».
Los últimos collages los ha hecho sobre libros de madera encargados a un gallego. Sus portadas son composiciones de fotografías recortadas, sobre otra de lo que podía ser un 'patinir', y sobre ese blanco y negro, los vivos colores de una postal lenticular de un bodegón cortada también.
«Soy el rey del mercadillo, compró muchas cosas. Había un sitio en Londres donde compraba muchos papeles. Son el fondo de todos estos cuadros», dice señalando a los gimnastas, las ramas y los pájaros sobre un fondo estriado verde, sobre un dibujo seriado rosa o un cobre de aspecto metálico. Hay otro collage sobre papel timbrado indio, allí también cargó la maleta.
Las máscaras, guiño a Saul Steinberg, cubren algunos de sus personajes, caminantes por insospechados caminos. Su curiosidad formal le llevó también a la impresión digital, a recrear los desiertos californianos a partir de sus fotografías y pintando luego encima. Son las únicas fotos propias, casi se disculpa.
Al niño del inicio y al adulto de ahora le gusta el chocolate. En la exposición hay unas pastillas rectangulares, mitad con motivos decorativos –el trozo aún envuelto–, mitad marrón con una ilustración, el que está para comer. Afirma que nunca le interesó mucho el dibujo, aunque ha iluminado poemarios de amigos –Ángel Guache, 'Antimundo' (Ediciones Tansonville), los ensayos de Julián Cruz, una carpeta con Pino–. Por cierto que las primeras revistas confeccionadas por su hijo tenían portadas de Luis y pueden verse en la exposición. También un libro de Juan Marsé y otro de José Carlos Arnuncio con su impronta.
El único cuadro «realista» bien puede ser un enigma para probar la atención de los visitantes. «Es aquel», dice señalando uno de gran formato con círculos anaranjados. «Son arenas a vista de microscopio, luego tratadas con unos velos».
Flores sin nombre
La ironía, los guiños pop, las referencias publicitarias, el rompecabezas visual, las flores, son otras constantes de su lengua. Calas, hibiscus, estramonio, nenúfar, aparecen en sus cuadros. No le interesa su nombre, solo la forma. «La vegetación da mucho juego, puedes llevarla a la abstracción y en el realismo a veces no es realista». Le fascina la performance de Josep Beuys en la que explica cuadros a una liebre muerta. La intuición animal del hombre está deprimida bajo el peso de su racionalidad.
Ha vivido tiempos de bonanzas y de crisis en el arte. «Había exposiciones que vendía todo, otras nada. Ahora casi todos mis galeristas están muertos o jubilados». Recuerda sonriendo a los que le decían en cada exposición: «'Me gustaba más lo que hacías antes', pero antes tampoco compraban».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.